El Ciclista
  
El Ciclista.
(2006)

Había pasado por una depresión brutal debido a que mi esposa decidió dejarme hace ya algunos meses. Mi historia es la típica historia de la mujer que encuentra alguien que le llena los espacios más adecuadamente de lo que yo hacía y por ello vino la separación. Dejé la casa en la que viví con ella por espacio de 15 años, ella conservó los niños y obviamente yo debo trabajar para pasar la correspondiente pensión.

Nadie se pone a reflexionar o a tratar de entender que yo como esposo y padre había fracasado de cierta manera y me dolía pensar en ello, por ello las ráfagas de tristeza que me arrasaban en ocasiones, no me había dado a la tarea de encontrar otra pareja porque aún sentía el escozor en el alma de la anterior relación, no podía tampoco evitar los ataques de rabia que me daban.

Cada dos semanas tengo oportunidad de tener a mis hijos conmigo por una semana, la verdad los disfruto. Esto, sin embargo, no había detenido los sentimientos negativos en los que caía por días, el imaginármela con otro teniendo relaciones íntimas es particularmente doloroso, la mente trabaja muy fuerte y las punzadas de desamor se sienten plenamente en el pecho.

El mismo vientre de donde vienen mis hijos ahora era tomado por otra persona.

Muchas ideas chuecas cruzaban por mi cabeza pero por mis hijos sabía que lo mejor era tolerar este periodo oscuro pues ellos ya estaban sufriendo bastante con vernos separados, adicionarles una pena más lo único que ocasionaría es crear unos futuros adultos totalmente dañados.

Cierto día, en que estaba en medio de mis penas más profundas, con dolores del alma perfectamente identificados y con aquellas ganas de parar de caminar y arrojar la toalla, reparé en algo que pasa cotidianamente y en lo que nunca me había dado tiempo de reflexionar.

Mi vida en mi país ha sido de lo más confortable que una persona puede tener, sin pasar hambre, con aire acondicionado en casa y agua corriente que puede ser tomada de la llave. Fines de semana futboleros o de hockey o de “basket ball”. La vida siempre había sido muy buena para mí. Los Latinos se encargaban de podar el pasto, hacer los arreglos de la casa por una módica suma e incluso construyeron mi casa, entre otras tareas en las que se han especializado y que desempeñan bastante bien.

Recuerdo que los escuchaba cuando trabajaban, cuando platicaban entre ellos y se reían de cosas que yo no entendía, pues no hablo español, o se la pasaban escuchando música cuando laboraban. Paraban muy poco a descansar o a comer algo y luego continuaban, en verdad me sorprendía la resistencia de esos individuos.

Ahora que he vuelto a rentar un apartamento, los veo cuando andan recogiendo la basura o cuando el condado los manda a podar las plantas o el pasto de los lugares públicos, normalmente no hablan mucho, son muy dedicados.

Enfrente de mi departamento, como a cincuenta metros de distancia, cruza una ciclopista que va de Norte a Sur de la ciudad y que normalmente es usada por los habitantes de la zona para pasear a los perros, caminar, correr o andar en bicicleta ejercitándose, sin embargo, también ya veo personas desplazándose en las mismas hacia el trabajo.

Me llamó en su momento la atención una persona en particular que pasaba con su bicicleta a eso de las 8:00 de la mañana de Norte a Sur y por eso de las 6:30 de la tarde de Sur a Norte. Siempre llevando una mochila con algo en la parrilla trasera de la bicicleta y, ocasionalmente, se escuchaba la campanilla de su bicicleta anunciando que iba a pasar cuando había peatones u otros ciclistas en el camino.

En ocasiones lo veía desde el balcón de mi departamento, en ocasiones escuchaba la campanilla cuando estaba leyendo o desayunando o viendo televisión en el interior del mismo ¿Quién es?

Cierto día me atreví a bajar a caminar en el circuito de bicicletas y escuché que se aproximaba anunciándose con la campanilla de la bicicleta, volteé a verlo y aprecié que era un latino, llevaba un ritmo medio rápido. Me preguntaba porqué utilizaba ese medio de transporte en una ciudad donde los carros dominan y los cuales son muy fáciles de adquirir, pasó y me dirigió un saludo por cortesía.

En la tarde no lo vi pues regresé muy noche del trabajo, pero cada día me era posible apreciar que pasaba con su habitual ritmo ¿Por qué lo hace? Además se ve que lo disfruta pues se ve sonriente cuando anda en la bicicleta.

Otro día me tocó verlo manejando su bicicleta con el viento en contra, se veía que le costaba mucho avanzar e iba diciendo, supongo, maldiciones en español y bromas también pues le parecía divertida la situación. Así pasaron 6 meses, se me hizo una costumbre salir al balcón con un café en la mano y sentarme a esperarlo verlo pasar.

Se veía a lo lejos como se iba aproximando, pasaba en frente de mí para posteriormente desaparecer en la lejanía, poco a poco, con una cadencia propia a su esfuerzo ¿Qué pensará esa persona? ¿Por qué encuentra placer en el esfuerzo físico?

Hasta que de repente, dejo de pasar.

¿Qué le habrá pasado? Había otros ciclistas pero no eran lo mismo, más serios, más enfocados en lo que estaban haciendo, o platicando con su correspondiente pareja, pero aquel ciclista latino ya no volvió a pasar por varios meses.

Seguí con mi cotidianeidad y poco a poco me empecé a deprimir nuevamente con el tipo de vida que llevaba cuando nuevamente, una mañana, escuche la campanilla sonar, me asomé y vi que era la misma persona con su casco gris, la bicicleta vieja y herrumbrosa y de un color indefinido con parrilla trasera y la mochila sobre la misma.

El mismo ritmo de pedaleo, constante, sereno y medio rápido.

Volvieron a mí las preguntas y más adelante volví a encontrármelo a propósito en el camino, seguía sonriendo y seguía dándole igual como todos los días.

Decidí comprarme una bicicleta para seguirlo a donde trabajaba esa persona y ver qué hacía o de qué vivía. Al ir a la tienda de ciclismo, observé que había cualquier cantidad de modelos de bicicletas y que los precios variaban enormemente por lo que decidí preguntar primero acerca de la bicicleta más adecuada para lo que yo quería.

Se me explicó que había bicicletas para campo traviesa (mejor conocidas como de montaña), de ruta (para terrenos pavimentados), cruzas entre ambos o simplemente de turismo.

Los precios variaban muchísimo dependiendo que tan ligera se quisiera la bicicleta o de la cantidad de cambios, entre otros factores. A menos peso, más precio debido a que son aleaciones especiales o partes especiales las que conforman la bicicleta en cuestión.

Pues opté por comprar una cruza entre una bicicleta todo terreno y una de ruta de mediano precio, ni tan pesada ni tan cara. Con ello, me decidí alcanzar a la persona que ahora ocupaba mis pensamientos.

Cierta mañana, me aposté cerca del camino en cuestión y esperé a que pasara el latino con su bicicleta. Puntualmente, a las 8:00 pasó. Me subí a mi bicicleta e inicié la persecución pero no duré ni un kilómetro cuando me di cuenta que el ciclista que perseguía ya me había sacado mucha ventaja, era increíble la velocidad que llevaba. Cuando yo lo veía pasar se veía que iba despacio pero cuando se trata de llevar la misma cadencia en una bicicleta, es muy difícil para alguien que empieza por lo que me di a la tarea de hacer bicicleta todas las tardes a partir del día siguiente.

La semana que me tocaba tener a mis hijos en mi departamento, hacía lo mismo. De echo, les compré bicicletas a todos y nos íbamos todos juntos a pedalear por una hora por las tardes. En las mañanas volvía a intentar una y otra vez llevar el ritmo del latino que pasaba en su bici, sin éxito, aunque debo reconocer que la distancia que lograba cada vez era mayor aunque me costaba un poquito regresar a casa.

Debo mencionar que los primeros días montado en la bicicleta fue un verdadero infierno y estuve a punto de arrojar la misma a la basura pues aún cuando tenía fuerza en las piernas para sostener un pedaleo relativamente constante, mi trasero acababa doliéndome enormidades, me costo mucho tiempo acostumbrarme al asiento de una bicicleta.

Por fin, después de tres meses de agarrar la condición que necesitaba para sostener el pedaleo que requería para pegármele al latino, él desapareció. Me imaginé que tarde o temprano aparecería por la ciclopista nuevamente por lo que continué haciendo bicicleta para cuando fuera necesario.

Durante este tiempo, mi depresión desapareció, los pensamientos macabros se desvanecieron, bajé de peso, mi apetito se acrecentó, mi relación con mis hijos se estrechó.

Cuando salía con mis hijos a andar en bicicleta normalmente, al terminar de andar en ellas, terminábamos muy hambrientos por lo que al regresar al departamento, nos preparábamos algo para comer inmediatamente o nos íbamos en las mismas bicicletas a un restaurante de la zona y platicábamos de los avances logrados en esos días a bordo de las bicicletas. Que si ya logramos subir la colina más empinada en 5 minutos en lugar de los 20 que nos tomaba, que nuestro promedio de velocidad era de 13 kilómetros por hora en lugar de los 7 de antes, que si las distancias eran mayores, etcétera.

Ellos mismos empezaron a ver que los resultados de estas salidas en bicicleta repercutían en su vida diaria y se ponían retos cada vez mayores en sus actividades escolares, familiares, sociales o deportivas.

Yo mismo andaba de buen humor todo el día y con mucha energía en la oficina, empecé a a tomar asignaciones mas complejas y andaba muy despierto, eso si, al final del día, acababa rendido y dormía plácida y muy profundamente.

Incluso mi relación con mi ex esposa mejoró sustancialmente, comprendí muchas cosas que ella había estado necesitando y que yo por ceguera personal no se las había provisto, nos volvimos muy buenos amigos.

Todo esto por el ciclismo.

Una mañana en que estaba preparando el desayuno de mis hijos, mientras conversábamos al mismo tiempo del plan que teníamos para realizar un viaje en bicicleta alrededor de varios condados de la zona y, al mismo tiempo, mis hijos completaban una lista de los alimentos y los hidratantes que íbamos a requerir para semejante viaje así como de aquellos aditamentos adicionales que necesitaríamos como bolsas de dormir, una pequeña tienda de campaña y, en general, todo lo requerido para una aventura de una semana en bicicleta, me di cuenta que mi vida era esplendorosa, completa y muy saludable tanto física como mentalmente.

Estábamos en plena faena cuando escuche la campanilla clásica del ciclista latino, me asomé al balcón apresuradamente y vi que venía pedaleando a su típica velocidad, lo observé y dije para mi mismo, en mi mal español.

-¡Grracias amigou!

El volteó hacía mí y gritó, para mi sorpresa, desde la distancia

-¡You are very welcome, amigo!

Jamás volvió a pasar.